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Todos los motivos por los que deberías escuchar a David Bowie si aún no lo has hecho

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David Bowie Blackstar

David Bowie ha muerto. Ahora es momento de celebrar su vida y de explicar su radical influencia en la cultura pop. Bowie fue un personaje que siempre trascendió el universo musical para convertirse en un icono estético, en un actor irregular, en un símbolo intergeneracional. Pero por encima de todo, Bowie fue un gigantesco hacedor de canciones. Su discografía le presenta ante el espectro de su recuerdo como lo que David Bowie siempre fue: uno de los mejores compositores de la historia.

En cada uno de sus discos hay al menos una razón para enamorarse de la música. Aquí van:

1. Bowie, un día, jamás sería alguien

En 1967, David Bowie jamás iba a triunfar. Su primer disco fue una sucesión de canciones de variedades sin mayor semejanza al desarrollo posterior de su carrera. Quizá, lo más reseñable aquí, a años vista, sea la valiosa lección que Bowie impartió durante los tres primeros discos de su carrera: uno puede esperar hasta el cuarto disco para componer su primera obra maestra y aún así conquistar el mundo. O venderlo, como cantaba en The Man Who Sold The World (1970).

Kurt Cobain, fascinado por el lógico encanto de tan memorable canción, la versionó en su célebre MTV Unplugged. No se le ocurrió hacer lo mismo con ninguna de David Bowie (1967).

2. Una odisea en el espacio, 2016

Pero claro, no todo el mundo es capaz de lanzar un single como Space Oddity / Wild Eyed Boy From Freecloud (1969) al poco de haber comenzado su carrera. Aquella canción, inspirada en 2001: A Space Odyssey, ilustraba a un Bowie barroco y melodramático, obsesionado con la depresión espacial de un modo que se repetiría cíclicamente a lo largo de su carrera. Su impacto fue tal que fue regrabada, remasterizada y reeditada en varias ocasiones. Hoy, nadie recuerda que abría David Bowie (1969).

Los Hermanos Calatrava la versionaron. ¿Qué mayor prueba de su genialidad?

3. Pero todo el mundo quiso ser él

Fue de la mano de Hunky Dory (1971) cuando Bowie, pasado el colocón de los sesenta y en plena desviación del Rock hacia terrenos más profanos y pervertidos, logró situarse a la cima de la vanguardia y del mundo. Todo el mundo quería ser él, o empezaba a querer serlo, no sólo por su androginia manifiesta y su estética al margen de toda clasificación, sino también por canciones así:

4. ¡Ziggy Stardust!

Cinco años después, 'Space Oddity' había dado paso a 'Starman': la transfiguración de Bowie era completa. En The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders From Mars (1972) lo importante no era él, sino el alter ego que, de un modo u otro, debía definir la primera mitad de su década de los setenta. Un Bowie subido de ácido componía el mejor conjunto de canciones de su vida travestido en un viajero cósmico y sexualmente ambiguo. ¿El mejor Bowie? Difícil de decir, pero sí el más memorable.

Ziggy es en sí mismo un motivo para amar la música.

5. Escuchar a Bowie es escuchar a todos

De un modo muy semejante a Lemmy, la vida y carrera de Bowie se entrelaza con la de gran parte de los grandes artistas de su generación. De Lou Reed a Iggy Pop, pasando por The Rolling Stones, precisamente cuando aún no estaban al punto del deceso creativo. En Aladdin Sane (1973) no sólo se les escucha en 'Let's Spend the Night Together', versionada en sus propios términos, sino en el aire festivo y rock 'n roll, en clave Bowie, del resto del disco.

6. Porque Bowie quería ser todo el mundo

Es justo decir que todos querían ser Bowie, del mismo modo que lo es decir que Bowie quería ser todos. Su carrera es fruto de su necesidad de romper todas las barreras creativas que le rodeaban, de hacer estallar en mil pedazos el molde. Bowie es excepcional porque nadie está ni remotamente cerca de él en método y forma, aunque él se acercara a todos en Pin Ups (1973), un extrañísimo y delicioso modo de matar a The Spiders of Mars y a Ziggy Stardust.

De entre todas las versiones, yo siempre me quedo con la de The Kinks.

7. Por el valor de la mutación

De haber insistido Bowie en el mismo universo estético de Ziggy Stardust por el resto de su vida, probablemente no estaríamos hablando de él hoy. En la cresta de la ola, Bowie optó por enterrar a la leyenda, alejarse del patrón sonoro que había definido en los cuatro años anteriores y lanzarse a la aventura. Aún con reservas, porque Diamond Dogs (1974) bebe en formas considerables de sus discos previos, pero con paso firme: de la androginia al antropomorfismo, de la odisea espacial a la distopía de 1984.

Diamond Dogs es sucio y es premonitorio, pero ante todo es la prueba de un artista que jamás quiso morir.

Ni siquiera cuando le saquearon sin disimulo.

8. Incluso cuando no sale bien del todo

A partir de aquí, Bowie cambia. Su figura canónica había sido moldeada para el resto de la historia, pero quedaba por edificar el lado más trascendental de su persona: la exploración y experimentación sin límites, saliera bien o saliera mal. En Young Americans (1975) sale de aquellas maneras: es el particular homenaje de Bowie a la música negra, especialmente al soul. Aquí también sabía brillar, aunque no siempre.

9. Aunque casi siempre salía muy, muy bien

Las dos cimas creativas de Bowie son dos trilogías: Hunky Dory, Ziggy Stardust, Aladdin Sane vs. Low, Heroes, Lodger, grabados en el fantasioso Berlín de la Guerra Fría. Ambas transcurren íntegramente en los '70 (¡seis discos!), y entre tanto, Bowie tiene tiempo de publicar dos discos enormes más: Diamond Dogs y Station to Station (1976) (¡ocho discos, diez años!), este último exploración guay, divertidísima y digna de pista de baile del funk y de la música negra.

A Bowie casi siempre le salía bien. La homónima 'Station to Station' es todo él: el de Ziggy Stardust y el de Berlín, quizá uno de los mejores modos de entender su figura y su relevancia en diez minutos.

10. Tony, Brian, nos vamos a Berlín

Low (1977) fue grabado en Francia, pero mezclado en Berlín, y por su cariz experimental y vanguardista inauguró el primero de tres discos que convertirían a Bowie en un artista esencialmente al margen de toda clasificación genérica. Es, además, el mejor de todos cuantos grabó en colaboración con Brian Eno, incluida esa recta final ambiental y preciosista que aún hoy no se entiende bien.

11. Si experimentas, que sea con himnos

Berlín era un estado mental. A Bowie se le atragantó el krautrock, la revolución sintetizada de Kraftwerk y aquella Alemania de los setenta prodigio de la creatividad y de la mejor música de todos los tiempos, y en el camino parió Heroes (1978), que es un disco experimental cuya memoria está definida por, probablemente, la mejor canción, el mejor single compuesto por Bowie en toda su vida. Si vas a ser el más moderno del lugar, que sea con himnos.

Es una ironía nada casual y la mejor prueba del talento inigualable de Bowie.

12. Por decir adiós a la década de su vida así

Los años ochenta enterrarían a todos. Ni siquiera Bowie, el artista más preparado de su generación para sobrevivirla, fue ajeno a la transformación social y cultural que habría de poner fin a la música pop tal y como se había entendido hasta 1979. Pese a todo, él la llevó con bastante dignidad, antes de despedirla, eso sí, diciendo adiós a Berlín con Lodger (1979), puede que el menor de la trilogía.

Aún así, contaba con coas así. Ni en sus valles decepciona.

13. Por reírse del pasado y del futuro

La trilogía berlinesa con Brian Eno le dio crédito artístico, pero no vendió un colín. Tony Visconti, que repetía como productor en Scary Monsters (1980), reconocía que Bowie buscaba un sonido más comercial para afrontar la nueva década. Aún así, la osadía de Bowie tenía un concepto muy curioso de lo comercial: se disfrazó de Pierrot para el primer single de ese disco, 'Ashes to Ashes'. Que presentaba la segunda venida de Major Tom, convertido aquí en un monstruo drogadicto para nuevos románticos.

14. El discazo ochentero

Let's Dance (1983) es el disco más vendido de Bowie hasta la fecha. Un éxito que sorprendió a todos, empezando por Visconti, que se enteró de que no era el productor cuando el disco llevaba dos semanas en el estudio (su sustituto fue Nile Rodgers, el tipo que toca la guitarra con Daft Punk en 'Get Lucky'). Pero no es tanta sorpresa: se trataba de un disco en el que un impecable Bowie escupía temazos pegadizos como una ametralladora. Ell homónimo 'Let's Dance'.

'Modern Love', 'Cat People', 'Shake It'... Y 'China Girl', canción a pachas con Iggy Pop de finales de los 70 recuperada para la ocasión.

15. Jareth y el laberinto de los 80

Tonight (1984) y Never Let Me Down (1987) son discos pochos. No pasa nada, el propio Bowie los despreció como "mi etapa Phil Collins", que como insulto ochentero nos parece magnífico. David estaba vago y se dedicaba a tontear con el cine. El mismo año de Let's Dance había estrenado The Hunger (El Ansia), el alucinado debut de Tony Scott. Donde Bowie hacía de vampiro molón junto a Catherine Deneuve y Susan Sarandon y, de paso, apadrinaba con su presencia a uno de sus "clones" oscuros, el cantante de Bauhaus Peter Murphy. El grupo se separó ese mismo año.

También tuvo tiempo para hacer el tonto por las calles con Mick Jagger en un vídeo sonrojante en 1985:

Aunque Lo Gordo vendría con su aparición en Labyrinth (Dentro del Laberinto), donde Bowie se enfundaría unos apretadísimos pantalones y un señor pelucón para dar vida al perturbador Jareth, Rey de los Goblins. Un villano sexy y pagafantas que bailaba con bebés sonrientes y marionetas de Jim Henson mientras le tiraba de las coletas a Jennifer Connelly. Y que cayó como una bomba atómica entre una desprevenida generación de chavales ochenteros.

16. Tin Machine, la ruptura rockera

Tras su deriva ochentera, Bowie decidió mandar al carajo a los fans de Let's Dance y reinventarse. En forma de grupo de rock apabullante y rollo alternativo, profetas (a su manera) del grunge. Aparte de dos discos de guitarreo y violencia sonora, lo más importante de esta época es el combo Bowie-Reeves Gabrels, el músico que ayudó a Bowie a "cargar las pilas" para la década más experimental del artista: los 90.

17. Porque fue el Rey de la Pista

Bowie está maduro y tranquilo. Feliz. Acaba de casarse con Iman, se ha mudado definitivamente a Estados Unidos y saca otro disco con Nile Rodgers (Black Tie, White Noise, 1993) en el que empieza a hacer sus pinitos con las bases electrónicas.

Pero el disco que le pone en el mapa de los 90 a lo grande es Outside (1995), una locura conceptual de 19 temas con un toque gótico-industrial de guiños constantes a Nine Inch Nails y a los ritmos electrónicos de la época. En Outside vuelven Brian Eno y, de forma indirecta, Major Tom, oculto en 'Hallo Spaceboy'. El single remezclado por Pet Shop Boys se convierte en un jitazo en 1996.

Trent Reznor le devolvió el guiño al seleccionar otro tema de ese disco para abrir y cerrar Lost Highway, de David Lynch: 'I'm Deranged'.

18. Porque fue el Rey de la Pista (II)

En la portada de Earthling (1997), Bowie recupera el extravagante disfraz de Pierrot para trazar una línea (muy imaginaria) con Scary Monsters. Earthling es mitad Prodigy, mitad Underworld y 100% Bowie, que produjo el disco. El artista estaba tan a tope con su década que pilló a Floria Sigismondi, la directora de los vídeos más conocidos de Marilyn Manson, para dirigir 'Little Wonder'.

Aunque el single más famoso de ese disco es otra colaboración: el remix con Trent Reznor de 'I'm Afraid of Americans', con Reznor persiguiendo a Bowie por las calles.

Dato curioso: sí, durante esos años Reznor y Bowie estuvieron varias veces a punto de sacar un disco juntos.

19. Intimismo virtual

David Cage le sonará a los fans de los videojuegos por Heavy Rain, Beyond y demás esfuerzos por hacer juegos-como-películas. Se lo perdonamos todo por Omikron: The Nomad Soul (1999), una aventura cyberpunk en la que Bowie interpreta dos papeles y da conciertos ilegales por su mundo virtual.

La sorpresa es que más o menos al mismo tiempo aparece Hours..., un precioso disco de Bowie y Reeves Gabriels que funciona prácticamente como banda sonora del juego. Y que guarda el que posiblemente sea el tema más bonito del Bowie de los 90: 'Thursday's Child', un broche suave a una década que ha vivido como si tuviese (creativamente) 20 años.

20. Por jubilarse con estilo

Bowie vivió el paso de los 90 al nuevo siglo con la calma de quien no tiene nada que demostrar. Aparte de embellecer algún tema de sus fans confesos, como esta manita a Placebo cuando Brian Molko todavía molaba:

Se plantó en 2002 con Heathen (2002), un disco de estudio en el que versionaba sin pudor a Pixies o a Neil Young y que sirvió para reconociliarse con Tony Visconti. El disco vendió bastante en el mercado americano, y Bowie aparecía como un espléndido cincuentón, con un aura de crooner del siglo XXI que le sentaba de maravilla.

A Heathen le sucedió Reality (2003), un disco grabado inmediatamente después, en plena efervescencia creativa y que funciona mejor como conjunto que como canciones sueltas.

Y después... Nada. Los espectadores españoles nos quedamos sin sus "últimos" conciertos en 2004, ya fuese por un "pinzamiento nervioso" o por la piruleta que [le habían clavado en el ojo unos días antes] (http://elpais.com/diario/2004/06/22/agenda/1087855206_850215.html). Bowie se desvaneció. Sacaba algún tema de vez en cuando, pero se acabaron los discos y las giras. Se *jubiló* sin anuncios ni aspavientos ni lágrimas.

21. La liturgia del rock

Diez años después, Bowie lanza The Next Day (2013), un estupendo disco de rock arty con vídeo polémico incluido y que nos dejó a todos turulatos. Pero, ¿no se había ido?

22. La estrella negra

No, todavía no. Bowie anunció a finales de año Blackstar (2016), un disco nuevo y retorcido, sublime por momentos, que salió a la venta el día 8 de enero de este año.

Tres días tuvimos para entender, mientras arrasaba en ventas y crítica, lo que nos estaba contando en él. Que, ahora sí, se iba. A lo grande. Con un último regalo a todos los que en algún momento de estas cuatro décadas y pico le hayan hecho suyo. Y una carta de despedida en el último tema: 'I Can't Give Everything Away'.


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