Pese a lo relativamente desconocido de su nombre, Charles Perrault es, posiblemente, uno de los autores más leídos e interpretados de los últimos siglos. Una pequeña porción de sus obras, escritas en la recta final de su vida una vez hubo abandonado su puesto como funcionario estatal en la Francia del siglo XVI, establecieron en su momento y en adelante el canon sobre las historias literarias infantiles. Perrault fue, no en vano, el actualizador moderno de Caperucita, Pulgarcito o Cenicienta.
Hoy Google ha decidido decidarle un estupendo Doodle a su figura, con motivo del 388 aniversario de su nacimiento en el París en eclosión de Luis XIV. Qué mejor modo de recordar su obra y legado.
De forma un tanto rocambolesca, a Perrault se le recuerda gracias a su cese en funciones dentro tanto de la Academia francesa como del funcionariado del incipiente estado francés. Superado el sexenio de edad, Perrault es desposeído de sus funciones a cargo del erario público tras una larga vida dedicada al estado. Durante ella, Perrault tuvo tiempo de escribir poemas, publicar una colección de obras menores, enrolarse en una discusión estética de lo Antiguo frente a lo Moderno y contribuir a otorgar a su hermano la edificación de un nuevo sector del Louvre, pasando por encima del mismísimo Bernini.
Jubilado a la fuerza, sin embargo, Perrault aún tenía un puñado e cosas que decir. El autor, con tanto tiempo libre, acudió a la cultura popular para actualizar historias orales que históricamente habían vertebrado la educación infantil de muchos niños franceses. La mayor parte de ellas estaban por aquel entonces en decadencia y parcialmente olvidadas. El mérito de Perrault no fue el mero acopio de ideas existentes en el folclore popular, sino su disposición formal, es decir, su nueva narrativa.
Perrault: la actualización de la tradición
De este modo, Perrault, bajo el pseudónimo de Pierre Darmancourt, publicó versiones escritas y elevadas de Caperucita Roja, Cenicienta, Pulgarcito, Barbazul o El gato con botas, todas ellas recopiladas y reunidas en Histoires ou contes du temps passé. La colección salió a la luz en 1697, cuando Perrault contaba ya con 69 años. Dado el gusto de la clase alta francesa de la época por los cuentos de hadas, género al que se adscribían de forma siempre pero elaborada las historias de Perrault, tuvieron cierto éxito. Su mayor logro, sin embargo, fue sobrevivir al paso de los siglos.
Y de las culturas. Muerto Perrault, sus interpretaciones actualizadas de los cuentos de hadas no quedaron en el olvido. A lo largo de los siglos, han sido varios los autores anglosajones o germanos que se han inspirado parcialmente en el modelo establecido por Perrault para desarrollar sus historias. Él representa, no en vano, una de las influencias más recurrentemente citadas para explicar los trabajos de los hermanos Grimm. Y sus cuentos fueron, al fin y al cabo, sobre los que trabajó Disney.
Con ciertas modificaciones: el agrio sabor final de Caperucita, devorada finalmente por el lobo, fue modificado por Disney. Pero la estructura de las historias de Perrault pervivieron cuando la gran pantalla y la televisión las hicieron universales, insertadas de forma permanente en el imaginario colectivo de miles de millones de niños a lo largo y ancho del mundo. Quién se lo iba a decir a Perrault, cuya visión modernista de la literatura le puso en el ojo del huracán de la Academia en la recta final de su carrera, enfrentado a los defensores de lo antigüo como canon artístico innegociable. El debate fue conocido como la "querella de los antiguos y los modernos". Siglos después, Perrault lo ganó.